Enfundada en un camisolín quirúrgico, una mujer mira atentamente un conjunto de ocho células a través del microscopio. Sus manos toman con delicadeza una pipeta de vidrio que, gracias a una sustancia especial, abre una pequeñísima ventana en la membrana que lo recubre. Luego, con igual suavidad, introduce otra pipeta a través del orificio abierto en la membrana, elige una y al aspirar delicadamente a través de un tubo se queda con el trofeo.

Luego de practicar un pequeño orificio sobre la membrana, a través de una pipeta se elige una de las células, que es aspirada para su posterior análisis

Foto: LA NACION / Ricardo Pristupluk

 Es nada más y nada menos que una célula de un embrión humano.

Para la doctora Cristina Magli, bióloga italiana nacida en Bologna, que ejerce desde hace años en la Sociedad Italiana de Estudio de la Medicina de la Reproducción, trabajar con embriones es cuestión de rutina.

El centro donde desarrolla su labor, dirigido por el doctor Luca Gianaroli, es uno de los lugares especializados en una técnica llamada diagnóstico genético preimplantatorio del embrión (PGD, por sus siglas en inglés), cuya experiencia en el tema fue recientemente recogida en un libro editado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) titulado "Prácticas corrientes y controversias en reproducción asistida".

Magli estuvo recientemente en Buenos Aires para entrenar a profesionales del Centro de Estudios en Ginecología y Reproducción (Cegyr) sobre una técnica que ella maneja a la perfección y que sus colegas comienzan a aplicar en esta institución local.

"El PGD -afirma la bióloga- se aplica en parejas portadoras de mutaciones génicas que pueden transmitir a los hijos y causarles enfermedades muy graves: fibrosis quística, talasemia, distintos tipos de demencias, distrofia muscular, hemofilia, síndrome del X frágil, retinitis pigmentaria, enfermedad de Tay Sachs, anemia de Fanconi. La lista es muy larga. Los criterios se basan en la historia personal y familiar. Si la pareja es portadora de una de estas enfermedades y tienen base génica le proponemos este diagnóstico."

Mediante un análisis de las células del embrión cultivadas, se evalúa la constitución de los cromosomas y se diferencia los sanos de los alterados. "Al transferir los embriones normales se aumenta la posibilidad de embarazo", afirma Magli y agrega que generalmente son las parejas con problemas de fertilidad las que recurren a este método.

"Pero pienso que una pareja que experimentó varios abortos o pérdidas de embarazos, o que ha tenido niños que sobrevivieron pero tienen enfermedades, puede solicitar esta alternativa con todo derecho", asegura.

En Italia, un procedimiento de este tipo cuesta entre 500 y 1000 euros.

-¿Por qué un embrión de ocho células?

-La razón fundamental es que en esa etapa cada una es igual a la otra. Son totipotenciales . Si le sacamos una, puede reproducirse sin problemas. Si esperamos más, el embrión se transforma en algo tan delicado que hacerle ese procedimiento puede afectarlo. Además, hay cinco días para implantarlo.

Si bien el PGD asegura en un 95% la identificación de enfermedades genéticas y cromosómicas, la especialista recomienda no sustituir el diagnóstico prenatal -es decir, punción de líquido amniótico y biopsia de vellosidades coriónicas- durante el embarazo en parejas que están en riesgo.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando la célula del embrión porta la información genética de una enfermedad grave?

"En Italia, la mayoría de las parejas los desecha o dona para investigar."

El Cegyr, explica el doctor Santiago Brugo Olmedo, uno de sus directores, realizó una encuesta entre 130 parejas a quienes les preguntaron qué harían si el diagnóstico preimplantatorio de un embrión indicara enfermedades.

"En enfermedades mortales, muy graves, de hijos que mueren jóvenes y sufren mucho, que son las que diagnostica esta técnica, casi el 90% dijo que no lo transferiría", explica Brugo Olmedo. El método genera controversias vinculadas con el status del embrión.

Pero para la doctora Cristina Magli, historias como las de la familia norteamericana Nash, cuya primera hija Molly padece anemia de Fanconi y su hermano menor, Alan, fue seleccionado entre varios embriones para asegurar histocompatibilidad con Molly y la posibilidad de un trasplante que aliviara a la niña, son ejemplo de cuánto pueden ayudar estas técnicas.

"Si mi hijo se estuviera muriendo, como existe esta posibilidad yo la tomaría -dice Magli-, porque los embriones no compatibles pueden congelarse o donarse. De igual manera, si el diagnóstico preimplantatorio indicara el riesgo de una enfermedad muy grave, ahorraría ese sufrimiento a un hijo."

Por Gabriela Navarra  LA NACION